lunes, 17 de noviembre de 2014

I ya tiene un año!!

Por una vez y sin que sirva de precedente seré muy breve.
 
Hoy es el Día Internacional del Niño Prematuro.
 
En este post os conté quién es I, hoy es especialmente su día.
 
A la que mi querida Fran bautizó tan acertadamente "la minúscula mayúscula" ha cumplido en octubre 1 año.
 
Este año no ha sido fácil, después del hospital, la vuelta a casa es siempre difícil, llena de angustia, de preguntas y de miedo, de visitas al hospital varias veces a la semana, de progresos y retrocesos.
 
Pero dejando esto de lado, el de hoy es un post de alegría, agradecimiento y esperanza.
 
I sigue más que bien, es una niña muy alegre con una sonrisa y unos ojos que te desarman, que te llegan al alma, una mirada inteligente y penetrante. Tiene su carácter pero es muy buena, un pedazo de pan.
 
En este año mi hermana y mi cuñado (con la ayuda de mi madre) se han "deshecho" en cuidados por su niña, fisioterapia, atención temprana, piscina (si pudieseis verla en la piscina cual Esther Williams). Ser padres es un abandono, ser padres de un niño prematuro lo es al cubo.
 
Pienso que el ver a su hija tan bien es recompensa suficiente pero como nunca viene mal aprovecho para decirles que han hecho un trabajo extraordinario.
 
El cumple de I se celebró como debía, rodeada de su prima Pelirouge y su Amama  (que también compartían cumple) y con una corona en la cabeza porque esta I es una reina que nos ha robado el corazón !!
 

viernes, 7 de noviembre de 2014

Ser mamá de un niño que nace demasiado pronto III- La vuelta a casa


Aquí tenéis la primera y la segunda parte de este post!


Pero, no todo era de color de rosa, mi hijo no era un bebé apacible, no le gustaba que le cogieras, se revolvía. Observé que cuando estaba en la incubadora, cuando le ibas a tocar a veces se estremecía, se retiraba como si le molestase, como si fuese demasiado. Esta reacción es normal en los bebés prematuros, tocarles como lo haríamos con un bebé nacido a termino es demasiado para ellos cuanto más prematuro es un niño, más cuidado hay que tener.

Estas reacciones naturales, como madre primeriza de un niño prematuro, te pillan muy desprevenida, te sientes rechazada por tu hijo, tu quieres cogerlo, abrazarlo, quererlo, si me apuras, volver a meterlo de donde salió y él no necesita eso, no quiere, no puede, es demasiado.

Poco a poco fuimos encontrándonos y nos fuimos adaptando el uno al otro. Sentí que como una flor, mi hijo se iba abriendo a mí, a mis caricias y atenciones. Y la situación se normalizó o casi.

Finalmente,  al cabo de 5 semanas nos dijeron que nos podíamos llevar a Michico a casa, no me lo podía creer.

Una semana antes de la esperada vuelta a casa, el hospital me propuso, hospitalizarme a mí junto a mi hijo durante tres días para que estuviéramos juntos todo el tiempo y tuviésemos un periodo de adaptación. Así lo hicimos. La primera noche, me lo llevé al cuarto y le miré dormir, no podía dormir, solo mirarlo. Era tan feliz, mi hijo era para mí. Hacia medianoche, se despertó y ahí empezó la fiesta. A las 4 de la mañana, me fui con él en brazos a ver a las enfermeras del turno de noche, venia yo muy preocupada porque lloraba desde las 12 sin parar. Ellas me miraron, se rieron y me dijeron “sí, tu hijo por las noches, duerme poco, llora mucho y solo quiere brazos”. Se me quedó cara de lela porque yo de eso no sabía nada, de nada. Por el día mi hijo era tan tranquilo y apacible que quién iba a pensar que había un Dr Jeckill y un Mr. Hyde!

Cuando volvimos a casa nos encontramos con los mismos problemas y preguntas de  los demás padres primerizos y con algunos más añadidos por la prematuridad:

-Todo era enorme, la cuna, la ropa, los chupetes, la hamaca, todo… Hubo que aprender a adaptar todo nuestro material a nuestro pequeño príncipe


Esa cuna o estadio de fútbol, tu chupete favorito rosa, tu Sophie, el escapulario de la Amatxu de Begoña y un pijama nada ñoño!!

-El miedo: los padres de niños que estamos con nuestros hijos en el hospital vivimos con los ojos pegados a los monitores; ritmo cardiaco, tensión, saturación de oxigeno, nos acompañan cada día. Términos médicos como bradicardia, taquicardia, desaturación, cianosis, apnea, etc. han formado parte de nuestra vida cotidiana. Hemos aprendido a vivir con ellos sin morir de angustia porque sabíamos que el monitor estaba allí de guardián. De repente, te vas a casa, sin guardián, sin malla de seguridad. Eso asusta. Si encima eres de naturaleza angustiada, se pasa un mal rato.
Para proteger a los padres lo ideal sería que técnicamente no pudieran ver los monitores. No es posible y se puede aconsejar a un padre que no mire el monitor pero por mucho que lo intente es difícil no hacerlo, tiene como une efecto hipnótico.

Estuvimos barajando seriamente comprar uno de esos sistemas que detectan el movimiento del bebé (o la falta de movimiento) y que alertan si hay un problema. Cuando lo pienso ahora, con la distancia, me da mucha rabia que haya en el mercado ese tipo de productos que vienen a explotar el filón del miedo de los padres. Es inmoral, además de nada necesario.

Quién dice padres nerviosos, con miedo, dice estrés y claro está, a padres estresados, niños estresados. Entramos claramente en un círculo vicioso, estábamos nerviosos, nuestro hijo también, lloraba mucho y no dormía (nunca ni de día, ni de noche, echaba siestas de 40 minutos), con lo cual nosotros estábamos cada vez mas cansados y nerviosos y así hasta el infinito.

Después de un par de meses caóticos,  empezamos a tener menos en cuenta lo que nos decían los demás y más lo que nos pedía nuestro hijo. Abandonamos la cuna (estadio de  futbol para él que era tan pequeñín), le pusimos a dormir en un capazo al lado nuestro y a veces, cuando se ponía muy nervioso por la noche, encima de nosotros (literalmente encima de mi barriga y de la mi esposo, por equitativos turnos de 3 horas cada uno), le llevaba a todas partes conmigo en brazos o con la hamaca (qué pena de fular de porteo que no sabía que existieran) y así con todo lo demás.

-los consejos contradictorios entre médicos pediatras y enfermeras. Un niño prematuro tiene un seguimiento más regular que el de los niños nacidos a término. Los primeros meses, te pasas la vida de “médicos”, los del hospital (para el seguimiento y la constitución de estadísticas), tu pediatra, el pediatra del centro de protección maternal e infantil. Cada uno tiene su librillo, su opinión y oíd, no suelen coincidir. Si además, la salida del hospital coincide con las vacaciones de verano, a esas opiniones se añaden las de los suplentes. Esto te lleva a una cacofonía “médica” muy preocupante.

-la culpabilidad: toda madre de un niño prematuro se siente culpable en mayor o menor medida. Empieza entonces el baile del “y si”. ¿Y si hubiese trabajado menos? ¿Y si hubiese hecho esto o lo otro? Y así hasta el infinito.

Personalmente, me sentí muy culpable y también imperfecta, incapaz de llevar un embarazo a término, me sentí muy traicionada por mi cuerpo que no pudo hacer lo “mínimo” que se espera de una mujer embarazada.

Entre la culpabilidad, los nervios y la falta de sueño pasé por una ligera depresión post parto. Es curioso porque esta empezó cuando volvimos a casa y no al nacer mi hijo. Entre el nacimiento y la vuelta a casa estaba como “desconectada” de mi misma, lo que importaba era mi hijo, había que luchar y no pensar, no sentir.

La vuelta a casa precipito todo esos sentimientos de golpe y me sentí frágil e incapaz.

Como todos los demás padres primerizos, superamos esta etapa y ahora nos reímos de ella.
Os podría seguir contando horas y horas de lo que siguió porque la prematuridad trae consigo no solo secuelas físicas sino también psicológicas. En mi caso, la separación que sufrimos todos cuando Michico nació le ha marcado en su carácter, ahora lo sabemos y hemos aprendido (o lo intentamos) a adaptarnos a él pero eso es, sin duda, material para otro post.

Cinco mesitos, en su capazo! El niño más bonito que ha parido esta madre!!

De esta experiencia aprendí muchísimo de mi y de la vida. Me di cuenta que la imagen de la maternidad que querían vendernos no era la real. Qué había mucho tabú y que era importante apoyar a los “nuevos” padres no con consejos sino con nuestra compañía, nuestra empatía, nuestro buen humor y nuestro tiempo. Aprendí sobre todo a no juzgar a los demás, sobre todo a las madres o padres porque qué se yo de sus vidas, sus circunstancias, con qué derecho doy mi opinión?

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Ser mamá de un niño que nace demasiado pronto -II- El Hospital


La primera parte  de este este post está aquí.


Mi marido volvió hacia las 6 de la tarde con una foto polaroid de Michico, todo estirado y con el puño cerrado (no podréis conmigo!). Así me pase unas cuantas horas mirando esa foto de poca calidad pero imprescindible para mí.


La matrona me dijo que si me levantaba y estaba bien al día siguiente podría ir al hospital a ver a mi hijo. Así que yo me di mucha prisa para estar “bien” y que me dieran permiso, tanta que me desmayé en le cuarto de baño de la habitación!!

Imaginaos la cara de mi pobre madre, que llega a verme con la tristeza de la noticia, el miedo y se encuentra a su hija cual unicornio desorientado (me salió un chichón en la frente, pa’ habernos matao). Lo pienso y me entra la risa. Pobre mi mamá.


Al día siguiente, di una barrila impresionante insistí ligeramente para que me dejaran ir al hospital y así fue. Tenía permiso para ir en silla de ruedas y quedarme 15 minutos (mi marido me acompañaba y prometió a la matrona que acataríamos sus condiciones, si no es por él, me quedo allí, palabrita).

Cuando llegamos al hospital, en el servicio de reanimación, había 4 niños. Una niña nacida a término, en su cunita, preciosa pero que no respiraba  sola (ay, qué penita) y tres prematuros en incubadoras. Los miré a los tres, los volví a mirar y no supe cuál de ellos era el mío. Luego supe que los niños prematuros se parecen mucho entre ellos y que la duda era normal pero en ese momento, me sentí muy mal. Es, sin duda, uno de los momentos más tristes de mi vida.

Quinze minutos es poquísimo pero ya me fui con el alivio de verle, de ver que estaba bien, que respiraba solo y que los médicos eran bastante optimistas.
Poco a poco, según me fui recuperando, pude alargar la estancia en el hospital.

Michico, 3 semanas después de nacer, el bebé mas bonito del  hospital


Tuvimos una suerte loca con el hospital, era (y digo era porque ya no existe, los recortes han pasado por ahí, malditos sean!) un centro especializado en prematuridad y perinatología, tenían una política global, el paciente era el niño pero ellos trataban a la familia entera. En el mismo centro recibí asistencia para la lactancia materna, tenían lactarium, asistencia legal (para todos los trámites administrativos), asistencia psicológica (individual y de grupo), me dejaban incluso comer en el comedor del personal a un precio irrisorio. Vamos, un “todo en uno” que claramente no podía ser rentable y que ha pasado a mejor vida. Huelga decir que los padres tenían acceso a sus hijos 24/24, sin restricciones, sin horarios y que podías llamar en cualquier momento del día y de la noche para preguntar por tu hijo.

Michico estuvo 5 semanas hospitalizado. En ritmo de crucero, llegaba al hospital a las 10 de la mañana (de 9 a 10 hacían las visitas médicas) y me iba a las 8 y media. En el hospital, las enfermeras me enseñaron todo, a cambiarlo, a vestirlo, a limpiarle la cara, la nariz, los ojitos, a bañarlo. En ese sentido me fui a casa con mi bebé con “todo” bien aprendido.

A partir del tercer día aplicamos el método canguro. Esa sensación de piel con piel la recuerdo como algo exquisito, precioso, necesario.

Mención especial merece el apoyo que recibí para instaurar la lactancia materna. Como he dicho en el hospital tenían su propio lactarium, me enseñaron cómo utilizar los “ordeñadores” profesionales, cómo almacenar y guardar la leche para asegurar la perfecta asepsia, cómo etiquetar los botes de leche, me dieron un volante para que pudiese alquilar en la farmacia un sacaleches igual que el del hospital (material profesional) y respondieron a todas mis preguntas que fueron muchas. Me alentaron cuando al principio no salía nada y me felicitaron cuando empezó la producción “lechera” industrial.

En cuanto mi hijo salió de la incubadora, me acompañaron para ponerlo al pecho, me tranquilizaron, me guiaron. Como resultado de todo eso, a mi hijo le pude dar pecho 6 meses. No fue lactancia materna exclusiva por consejo del pediatra pero digamos que era 1/5 leche de fórmula y el resto leche materna. Me sentí muy orgullosa de mi hijo que consiguió adaptarse a los dos métodos de lactancia y recuerdo con gran satisfacción cuando después de mamar se quedaba dormido, como dopado, con los brazos en cruz y las palmas abiertas, en plenitud total, satisfecho.

Michico tuvo, salvo algún día aislado, una estancia en el hospital tranquila, rutinaria, sin complicaciones. Fue engordando y creciendo a pasos de gigante y se fue convirtiendo en un bebé precioso y con mucho carácter.


Continuará (ya solo os queda una entrega más!)


lunes, 3 de noviembre de 2014

Ser mamá de un niño que nace demasiado pronto I- El Parto


Michico nació con 32 semanas y fue un niño “muy prematuro”.

En la prematuridad, como en todo en la vida, hay grados. Los niños nacidos antes de la semana 26 de gestación son  “micro-prematuros”, los que nacen entre la semana 26 y la semana 29 son “prematuros extremos” y a partir de la semana 30 son “muy prematuros”.

Par nosotros no fue un sorpresa, porque estaba ingresada por riesgo de parto prematuro desde hacía  3 semanas y media, pero sí una gran pena y decepción.

El parto se presentó, el mismo día en el que me hice la tercera ecografía de control. Todo iba muy bien, la doctora estimó el peso a 1780 gramos y la talla a 42 cm, medidas más que razonables para un bebé de 7 meses y se despidió de mi con cara triste y la siguiente recomendación “mantén calentito a esa gambita” (gambita es un término cariñoso que utilizan los franceses para hablar de los bebés pequeños) a lo que yo respondí “esa es mi intención”.

Pero no pudo ser, ese mismo día a las dos de la mañana, me confirmaron que estaba de parto, que tenía fiebre y una infección y que sí o sí, mi hijo nacería ese día.

 Este diagnostico llegó después de mi via crucis particular que empezó ese mismo día hacia las 6 de la tarde. Me empecé a sentir rara, las contracciones, aún estando medicada, empezaron a volver con fuerza. Pensé que sería el resultado de haber salido ese día, de haberme levantado y vestido para ir a la ecografía, pero sentía que algo no iba nada bien. A las ocho de la tarde, la matrona del turno de día se fue y vino la de la noche. Resultó que ese día, la matrona que tenía que venir estaba enferma y mandaron a una sustituta.

Hacia las 8 y media, le dije que algo no iba bien, le pregunté, en mi ignorancia, si la vía estaba bien “conectada” al brazo, si estaba tomando bien la medicación para parar las contracciones. Me miró con cara de pocos amigos y me dijo “si no hay agua en el suelo, es que estás tomando el medicamento”. Me puso los monitores, me dijo que sí, qué tenía contracciones y me subió la medicación al máximo. Para controlar las contracciones el ginecólogo me había puesto un medicamento que viene a ser muy parecido al  Ventolin que toman las personas con asma. Es un medicamento del demonio que aumenta muchísimo el ritmo cardiaco, te encuentras en reposo absoluto pero con el ritmo cardiaco de  después de un sprint.

Mi corazón se desbocó pero las contracciones siguieron fieles a su cita.

Llamé a la matrona muchas veces durante la noche, venia, me echaba la bronca por quejarme y se iba.

A la 1 de la mañana, vino de nuevo me dijo que la estaba monopolizando, que no estaba sola, que era de noche y había menos personal y que todo esto estaba sucediendo porque “llevaba ya 3 semanas ingresada, quería irme a mi casa y estaba muy pesadita”. Dicho esto, me dio un calmante para que me durmiese y descansase y también, claro está, para que la dejase en paz.

Me lo tomé y caí como en un medio amodorramiento. Parece ser que en mi medio sueño, seguía gimiendo de dolor y esta vez fue mi compañera de cuarto quién llamó a la matrona para decirle que “la señora de al lado, gime y dice “ay” sin parar”.

La matrona de guardia volvió diciendo “pero con lo que te has tomado ¿no duermes? Te voy a bajar a sala de partos que están allí dos matronas, sin hacer nada para que se ocupen de ti.”

Cuando me bajaron a “Partos”, vi una cara sonriente, la de una matrona, persona humana que me miró y me dijo “cielo, estás de parto, pero no te preocupes porque mira, yo también nací de 32 semanas y ya ves!”.

Intentaron trasladarme de hospital porque en el que estaba no podían recibir a un niño tan prematuro. Tampoco hubo suerte porque no había ambulancias disponibles y porque el ritmo cardiaco del niño se destabilizó y en esas condiciones no se puede proceder a un traslado.

Me explicaron el protocolo, que daría a luz en ese hospital, que podía llamar a una matrona particular para que estuviese todo el tiempo conmigo (eso hice y fue una idea muy acertada) que llegado el momento del alumbramiento un pediatra “reanimador” entraría en la sala de partos para “recibir” a mi hijo y cuidar de él como fuese necesario, que se llevarían al niño a otra habitación porque era preferible para todos si las cosas no venían bien, que no me podían decir más hasta que no viesen al niño.

Y lloré, lloré mucho. Lloré de pena, de miedo por mi hijo y de rabia. No podía parar de pensar ¿Por qué a mí? ¿Quién tiene la culpa de esto?

Llegó la matrona y hablando con ella me sentí más tranquila, me serené. Tenía por delante un parto y no podía dejarme llevar así, tenía que ser fuerte y me puse en modo “warrior” (ese modo duró dos meses más). Hacia las 5 de la mañana me pusieron la anestesia (bendito sea el médico anestesista!) y más ancha que larga me dormí una hora (pedí permiso antes a la matrona, claro está). El parto fue largo, di a luz a las 11:15 y estaba en sala de partos desde las 2 de la mañana.

Dar a luz, teniendo en cuenta lo que yo me esperaba (un infierno) y teniendo en cuenta las circunstancias me pareció razonablemente fácil (no me matéis, que era una “gambita”).

De mi hijo tengo un recuerdo fugaz, como de un conejito, fino y alargado, color marrón. Lloró casi inmediatamente, recuerdo haber pensado “llora, luego respira!”.

Se lo llevaron y vinieron unos minutos más tarde para decirme que pesaba 1750 gramos (vaya ojo el médico de la ecografía!) y media 44 cm, que respiraba solo aunque le costaba un poquito y que una unidad del SAMUR pediátrico iba a venir a buscarle.

La siguiente vez que le vi estaba ya en la incubadora, vino a verme en su “limusina” precedido de la pediatra que lo transportaba que me dijo con una voz firme, alegre y tranquilizadora “Señora, su hijo está muy bien”. En ese momento pensé que si un médico te dice eso, es que la cosa pintaba bien.

Pude abrir las ventanitas de la incubadora, mirar a mi hijo y tocarlo. Poco tiempo, ni siquiera un minuto, parecía enfadado y no hacía más que tocar la máscara que le habían puesto para ayudarle a respirar (luego supe que durante el traslado se la quitó de pura mala leche, primera manifestación de un carácter más que afirmado).

Se fue y a mi marido le mandé detrás, como en las películas americanas “siga usted a esa ambulancia”.

Durante las dos horas más que estuve en la sala de partos, me sentí triste y sola, muy sola.

Cuando me subieron a planta, vi que la matrona y las auxiliares habían limpiado de cabo a rabo la habitación, la habían ordenado, todo nuevo y limpio para pasar una etapa y no quedarse en el pasado, para no pensar en las 4 semanas pasadas ahí y se lo agradecí mucho.

Nunca creo haber estado tan cansada en mi vida, un cansancio animal. Quería dormir pero las llamadas empezaron a llegar, entre mi suegra que se debatía entre la pena, la incomprensión y el reproche (sí, fui yo la que lo dejé salir tan pronto) y mi madre que no se debatía nada, estaba simplemente histérica.

Yo esperaba a mi marido, que había seguido cual “Colombo” la ambulancia y que tenía que traer noticias del hospital de Michico y también fotos. Aún tardaron algunas horas.